martes, 15 de mayo de 2007

La Peor Cita De Tu Vida: El Tarta (6)

Subimos el ascensor con cierta incomodidad. Al llegar dice que la espere un minuto, entra, deja salir a la perra al hall (para que me reconozca), imagino que ordena un poco el living mientras me hago amigo de la perra, la puerta se abre y entramos. Elena pregunta si quiero tomar algo. Como sé que no tiene alcohol, digo: agua, gracias. La perra, además de ser fea, negra, chiquita y llamarse Pili, es insoportable: no me gruñe a mí sino a ella, algo que me resulta muy extraño, sumado a que está todo el tiempo encima de nosotros. Es decir: Pili se pega a mí y cuando Elena se aproxima (para alcanzarme el vaso de agua, por ejemplo), le ladra y le tira un tarascón. Digo que Pili es su síntoma, ella sonríe y pregunta si soy conciente de que siempre desvío la mirada (refiero algo sobre la dureza de la mirada paterna y algún trauma relacionado con eso) y después de conversar un rato nos abrazamos. Acerco mi boca a la suya y ella se aparta. Ella quiere algo maternal-afectuoso y yo algo sexual. ¿Vamos a la cama?, pregunta. Intuyo que tampoco allí habrá sexo, pero quién sabe. Nuestros cuerpos, juntos, tienen su química. Pili molesta y la aparto con el brazo. Elena me saca la remera y nos besamos en el cuello y en la cara (no besa en la boca en las primeras citas, aunque quizás debería decirle que esta no es la primera cita sino la segunda, aunque para qué hacerlo, para qué decir cualquier cosa que ponga en juego incluso este tipo de relación –si es que puede recibir ese nombre- sin besos). Me besa en el pecho, pero intento tocarle o besarle los pechos y me detiene. Sacarle la remera, tampoco. Me besa el estómago, después en los hombros y las orejas mientras empieza a apretar su cuerpo y a rozarse contra mi pantalón. Sigo el juego. La temperatura sube. Pili contraataca, la pateo y por fin se acuesta en la cama de la hermana, donde duerme cada noche. Mi anfitriona (de quien ahora siento que podría enamorarme) sólo me deja que la toque por sobre su pantalón. Hasta acá más o menos bien (soportable), por instantes muy bien, hasta que ella grita en mi oído y después no hace nada más. Al rato percibe mi enojo: ¿qué te pasa? Me siento mal fisiológicamente. ¿Por? Porque me parece injusto: vos acabaste y yo no. Bueno, podrías haber aprovechado el roce. En mi caso no funciona así, soy varón. Bueno, mala suerte. Además, dice, no sé, tocarte, así, me parece algo muy... animalesco. Okey (andate a la concha de tu madre). Ah, y tengo novio. Perfecto. Claro, a vos te viene bien porque buscás relaciones ocasionales. Sé que miente pero ya no me importa nada de lo que diga. No sé por qué me enojo tanto (yo también hice cosas parecidas), pero es como una reacción alérgica de rechazo. Ella dice que su ex novio la acusaba de ser egoísta sexualmente. Esa es la diferencia entre nosotros: mi ex ex decía que yo en la cama era de lo más generoso (o que sólo era generoso en la cama, bueno, no viene al caso). Quizás debería irme, pero no sé por qué continúo en esta cama.

(continuará)