Quedé esperando, nuevamente. Dos días después, me llama una mujer. Me dice: soy Matilde, la mujer de Ricardo. Usted le ha mandado una carta muy afectuosa que he abierto y leído. Acabo de regresar de Misiones, donde estuvimos paseando un largo tiempo con Ricardo. Recorrimos todo Misiones, desde una punta hasta la otra, en un viaje muy hermoso, hasta llegar a las Cataratas. Llegamos por la mañana, y el primer paseo, por supuesto, fue la visita a las Cataratas. Volvimos hacia mediodía, y Ricardo me dijo: me siento un poco cansado. (Todo un largo monólogo, puntuado apenas cada tanto con algún ajá de asentimiento mío para que supiera que yo seguía ahí. Mientras tanto yo sentía y sabía que me estaba anunciando algo, pero dejaba que continuara el relato. De todos modos, el tono casual, sereno, calmo y pausado conque el mismo iba avanzando, no hacía presagiar nada demasiado serio: tal vez -pensé- Ricardo había tenido un pequeño problema de salud y había quedado internado en Iguazú).
Le contesté: es natural, hemos andado mucho, ¿porqué no te recostás un rato? Así lo hizo. Miró un poco de televisión, y durmió una larga siesta. A la tarde se levantó y me dijo: siento un pequeño dolor en el pecho, muy leve. Le dije: ¿no querés que llame un médico? No vale la pena, es una pequeña molestia, nada más. Bueno, al menos bajemos, tomemos un remise y vayamos al hospital a que te revisen. Eso sí, me contestó. Bajamos, y comenzamos a cruzar la calle, cuando me dijo: detengámonos, me siento mal, y comenzó a caerse. No alcancé a sostenerlo. Cayó al suelo, y yo a los gritos pidiendo auxilio. Vinieron los choferes de los remises, uno me ayudó, y en el mismo remise lo llevamos al hospital, pero cuando llegamos, ya estaba muerto...
Y al regresar me encuentro con su carta. Tan conmovedora. He sacado como diez fotocopias, para repartir entre la familia, los amigos. Y con Remigio, el hijo mayor de Ricardo, hemos decidido que, como nadie como usted está en mejores condiciones de apreciarlos, le queremos regalar todos los discos de jazz de Ricardo.
Quedé helado por la noticia. Imaginate, después de tanto tiempo, tenía esta vez la seguridad de recobrar a un viejo y querido amigo, y en cambio recibía su herencia. Así se lo dije a Matilde: que me sentía muy conmovido por la noticia, y por su ofrecimiento, del que por otra parte no me consideraba merecedor. Matilde me dijo que mucha de la gente que había leído la carta, amigos comunes, Juan, el hermano mayor de Ricardo, se habían también sentido muy conmovidos por ella, y que tenían muchas ganas de volverme a ver, de hablar conmigo.
A los dos días, me llama Remigio, el hijo mayor de Ricardo. Nuevamente la misma historia: que había leído mi carta, que se había sentido muy conmovido, que habían resuelto conjuntamente con Matilde regalarme la colección de discos de jazz. Nuevamente decirle que yo también había quedado muy conmovido por la noticia de la muerte de Ricardo, que lo de los discos era algo de lo que no estaba muy seguro de ser merecedor, que no consideraba que el hecho de haber escrito una carta verdaderamente sentida me hiciera acreedor a una herencia, etc.
Un par de días después me llama González, el amigo que cito más arriba, en el año 1962. Otra vez la misma historia, y quedamos en encontrarnos, lo cual en verdad no me entusiasmó tanto, ya que González no era por cierto Ricardo.
Pasaron otros tres o cuatro días, ¿y quién crees que me llama esta vez?
Susana...