Crab no cuenta exactamente una peor cita... Bueno, no cumple ninguno de los prerrequisitos, pero creo que está bueno incluirlo. Elemental.
Un día Ricardo, el gran amigo de la adolescencia, con quien hicimos juntos todo el secundario, me dice que el resto de nuestra barra eran intelectuales con los cuales no podíamos ir a ningún lado, y que ambos teníamos que ponernos de acuerdo para salir de levante.
Bueno, fijamos tres días a la semana, y nos pusimos a la tarea con gran empecinamiento. El problema que era difícil encontrar dos que nos gustaran: o había una sola linda, que nos disputábamos sin agarrar a la otra, o ninguna era linda. O cuando eran lindas no nos daban pelota. Pero seguíamos firmes, algún día encontraríamos dos como la gente
Tanto empecinamiento había de dar sus frutos, y en una de esas salidas conocimos a Susana. La verdad es que a mí Susana no me hizo mover un pelo. No era demasiado linda, no era nada inteligente, o sea que no tenía ningún atractivo... para mí. Porque para mi sorpresa, cuando nos despedimos luego de caminar unas cuadras con ella, Ricardo le pide una oportunidad para volverla a ver; usa para ello un repetido clisé:
-Bueno, espero que esta amistad que ha comenzado tan auspiciosamente no vaya a concluir aquí.
A lo que ella contesta:
-No, si quieren, el miércoles paso a la misma hora por el mismo lugar.
Y yo, prestamente:
-El miércoles no podemos, tenemos Cultural, y Ricardo, más presto aún:
-No importa, yo sí puedo.
Ni hablar que me sentí bien traicionado.
Ahí comienza una nueva historia, en que íbamos ambos (no olvidar que éramos inseparables) a ver a Susana, y cuando ésta llegaba, yo me iba para casa. O a veces me quedaba un poco, para intercambiar unos chistes más con Ricardo.
Otras veces Susana me traía amigas, que como eran tan tontas y superficiales como ella, sólo daban para una salida, y no más. Yo siempre pensando qué le veía Ricardo a Susana, ya que para mí carecía tan obviamente de atractivos. Pero, dicen, así es el amor: ciego.
Hasta que un sábado viene Ricardo a verme y me dice que había muerto un primo repentinamente, y que tendría que ir al velatorio, y que como estaba citado con Susana, tenía que hacerle el favor de reemplazarlo, ya que ella no tenía teléfono y no tenía cómo avisarle. Además, como ella inventaba excusas para salir de la casa, tendría que quedarme con ella hasta medianoche. Que la invitara al cine, o algo así.
Aunque pasarme tres o cuatro horas con Susana no era la mejor idea que tenía yo de cómo pasar un sábado por la noche, todo sea por un amigo, allá fui. Le expliqué todo, y le pregunté adónde quería ir. Como nos habíamos encontrado cerca de un parque, y era una hermosa y cálida noche de verano, me dijo:
-Mirá, no tengo ganas de ir a ningún lado, ¿porqué no nos sentamos en un banco del parque y charlamos?
Nos sentamos y comienza a contarme. Que en realidad a ella, Ricardo no le gustaba para nada. Que desde el primer día, quien la había vuelto loca era yo, y que sólo había aceptado salir con él porque vio que nosotros éramos muy amigos, y que la única oportunidad que tenía de seguirme viendo, era saliendo con él. Que con el mismo propósito me había traído amigas, para así poder salir los cuatro y seguirme viendo.
Te imaginás qué lío. La mujer de quien estaba enamorado como un imbécil mi mejor amigo, estaba ahí, confesándome su amor... ¡por mí! Le dije que me sentía muy halagado por todo lo que me estaba contando, pero que no sentía absolutamente nada por ella, y que aún sintiendo, de ningún modo podía herirlo a Ricardo, que era mi mejor amigo.