jueves, 17 de mayo de 2007

La Peor Cita De Tu Vida: El Libanés (1)

Sábado por la noche. Por alguna extraña razón nos liberamos del grupo de amigos y encaramos hacia la casa de Selene. No es lo que se dice una cita, pero con ella últimamente las cosas fluyen. A las chicas les gusta que las cosas fluyan, o por lo menos eso dicen. Es una noche agradable, aunque está por llover. Antes de ir a su casa pasamos por una licorería donde compro una botella de vino. El hombre del mostrador mira a Selene como si quisiera llevarla al telo de enfrente ¿La conocerá del barrio? Pago y salimos.

En la calle, cuando le pregunto si vamos a comer algo, ella dice que no, que no tiene hambre. Selene es una de esas mujeres que nunca se fijarían en un tipo como yo: ella me quiere como amigo. Y sin embargo: cuánto la quiero, quisiera que al morir nos enterraran juntos. Exagero un poco, es verdad, pero quisiera decirle tantas cosas. En verdad, por lo menos quisiera decirle algo.

Cruzamos Santa Fe con el paso y la canción del dibujito del cuervo, ese en el que un cuervo y un niño de las cavernas que quiere cazarlo van saltando, así vamos nosotros dos: de la mano, saltando. Lo que se dice una linda escena. Y una linda escena, me digo, tendría que servir de algo.

En la puerta de su edificio ella saluda al encargado, que la piropea sin pudor. El departamento es grande, amueblado con buen gusto: un auténtico parque de diversiones. Ella dice:

-Podés sentarte en el sillón, o en el piso, donde quieras. Ponete cómodo.

-Bueno, gracias –digo y ella enseguida pone un disco de Chopin. Vaya uno a saber por qué un disco de Chopin y no algo más acorde a nuestras edades. Quizás ella piensa que poner un disco de Chopin es más acorde a nuestras aspiraciones intelectuales. Quizá sólo le gusta Chopin.

Ocupo el piso, junto a una mesa ratona y ella se va. Ahora, desde el baño, dice (en verdad grita):

-Abrí el vino, amigo, yo ya voy –sí, dice amigo, como si necesitara reafirmarlo, y si necesita reafirmarlo quizás hay esperanzas

En la cocina hay botellas de whisky y de ron, importadas, y frasquitos con especies de todo tipo. Busco el destapador (uno de esos de diseño moderno, que cuestan un huevo y que uno nunca sabe cómo usar) y plop. ¿Un vino bueno debe o no hacer plop? Este hace plop y creo que es bueno. Sirvo un poco y lo pruebo: está bien. Sirvo en dos copas de cristal y vuelvo al living, junto a la mesa ratona, donde apoyo el vino y las copas. Cuando Selene vuelve del baño, trae su computadora portátil y una bolsita con caramelos sugus masticables.

-¿Querés? -dice Juliette Lewis en “Cabo de Miedo”, desnudando un caramelito con los dientes.

-Claro, sí, por qué no -Paul Giamatti en “Entre Copas”, con la nariz en la copa de vino.

Ella abre una cajita de plástico de las chicas superpoderosas, que en realidad es un picador de marihuana. Chopin o el vino empiezan a ponerme triste, una tristeza agradable. En un minuto estamos discutiendo por los sugus rojos (ella me deja todos los azules) y está muy mal que seas tan mala, amiga, pero no me queda más remedio que disfrutar de los sugus azules. Ella se pone de pie (está descalza), va a su habitación y vuelve con una remera verde y una pollera negra que le quedan increíbles.

-¿Cómo me queda?

-Bien.

La escena se repite un par de veces:

-¿Y esta?

-Bien.

-¿Y esta otra?

-Muy bien, me gusta.

El porro es rico, según ella mexicano. En un momento ella dice:

-¿Escribimos algo?

-¿Juntos?

-Sí, juntos.

Escribir juntos, me digo, es una señal. Una señal de que ésta tiene que ser mi noche.

(continuará)