miércoles, 16 de mayo de 2007

La peor cita de tu vida: La Bella Poetisa (1)

Elemental, vos viste, en ese entonces yo estudiaba música, a veces estaba cantando y paraba para ponerme a llorar (bueno, en realidad paraba porque la voz se me quebraba como a un púber en pleno desarrollo). Mi profesora conocía un poco mi historia, había vivido de cerca los últimos meses de mi matrimonio y sabía que estaba sola, recién separada, que no quería saber nada de nada, pero también sabía que salir un poco capaz me hacía bien. Un día entro y me dice:

-Bella Poetisa, no sabés el que tengo para vos.

Enseguida me pasó los datos básicos: economista (así que pensé medio cuadrado, pero al fin y al cabo todas mis amigas me decían “¡basta de artistas!”), se dedicaba a promoción de industrias culturales en el gobierno de la ciudad (así que capaz algo de libros sabía, íbamos a tener de qué hablar que no fuese el clima)… Cuarenta y pocos (“por favor, uno más grande que vos, un señor!”, rogaba mi madre), divorciado, con una hija de la edad del mío mayor (es una coincidecia), judío (for a change –y mi abuela, chocha). No sabés, mandaba a la hija a la misma escuela a la que yo había ido, y vos dirás que eso es un dato anecdótico, Elemental, pero no, la elección de escuela es algo muy importante, los padres nos quemamos el cerebro con eso, y yo estoy contenta con la educación que tuve… Bueno, cuando me dijo todo ese panorama, y sobre todo el entusiasmo con el que me lo dijo, pensé que sí, que daba para verlo.

Mi profesora le pasó mi mail, y él se puso en contacto. Era muy divertido escribiendo, te juro. ¡Re divertido! ¡Re inteligente! Después, cuando le pasé mi número de celu, me empezó a textear, a mandar mensajitos de texto, y también estaba muy bien. O sea, todo pintaba bien, yo estaba re entusiasmada. Además acordate: me lo había recomendado mi profesora de música, que para mí es lo más. Tanta confianza le tenía a ella que ni nos pasamos fotos por mail (mi profe de música me lo había descripto como un tipo alto, flaco, ok de lomo y de cara, castaño de ojos idem, anteojitos, nada podía estar muy mal). Y bueno, un día me llamó y quedamos en salir.

Un viernes. Verano. Yo estaba espléndida, toda quemadita, encremadita, me acuerdo perfecto lo que me puse: un vestidito de flores ajustado al cuerpo, sandalias negras, hasta me había puesto rimel –porque, no sé si te diste cuenta, yo nunca me pinto-. Estaba lista una media hora antes de lo que habíamos quedado. Los nervios me hacían quemar los pocos kilos que me quedaban (estaba muuuy flaca, la verdad) así que puse algo de música mientras me probaba una muñequera negra (¿muy guerrera?), un collar (¿muy fashionista?), hasta que ¡al fin! sonó el timbre.

(continuará)