lunes, 18 de septiembre de 2006

Palabra del Libanés

Me levanto temprano. Abro el MSN, pero sólo para releer los chats con Sonia 03. Busco frases que sirvieran de pista a lo que iba a suceder, pero no. El problema soy yo. Yo soy El Problema.

Le mando un mensaje de texto al Libanés. ¿Venis a almorzar? Si está dormido, pienso, lo recibirá cuando despierte y encienda el celular. Enseguida, teléfono. ¿Sonia 03? El Libanés.

-Voy, boludo. Me despertaste.

El Libanés deja el celular encendido aunque duerma, parece. Él es así. Pregunta si pasó algo grave, digo que sí. Dice que claro que viene a comer.

Mediodía. Explicar la cita con Sonia 03 es una daga en el corazón. En verdad, no entiendo qué es una daga, es el arma que utilizaban en Sandokan, pero bueno, no creo que a esta altura la utilicen ni siquiera los miembros de Al Qaeda. Y el corazón... Lo que me duele es el alma, la autoestima.

-El problema -digo, para redondear mientras el Libanés continúa comiendo pizza de provolone- soy yo. Yo soy El Problema.
-Es verdad -dice, y me sorprende.
Uno llama a un amigo, le cuenta que hizo algo malo, pero es sólo una excusa para escuchar que uno no estuvo tan mal. No para esto. Abro la boca, estoy a punto de decir algo, cuando recuerdo que el Libanés empezó a psicoanalizarse hace poco y entonces ubica toda la responsabilidad en sí mismo; está en una etapa yoica, diría La Trotamundos. Quizás, sospecho, el Libanés sea paciente de Sonia 03.
-Saliste con Sonia 01 y no la besaste. Salís con esta y en lugar de mandarla a la reputísima madre que la parió te quedás mudo.
-¿Viste cuando se dice que algo fue un diálogo de sordos? Bueno, mi cita con Sonia 03 fue un diálogo de mudos -digo, por aportar algo de ingenio.
El Libanés hace caso omiso del chiste.
-Elemental -dice, y ya expliqué lo que significa un diálogo encabezado por un nombre-, tu problema es que las respetás demasiado.
Vuelvo a preguntarme con quién se analizará el Libanés. No con mi psicoanalista, seguro.
-Vos cada tanto tenés que tocar una teta, pegar un grito. Y no lo hacés.
Para eso escribo, recuerdo. Estoy por contarle que abrí el blog, pero al final me quedo callado.
-Las minas no están para respetarlas -insiste el Libanés.
-¿Y entonces para qué están? -pregunto.
-Y yo qué carajo sé.