El día transcurre con una lentitud abrumadora, y todo me molesta. Elaboro una categorización de gente particularmente despreciable: aquellos que se desesperan por el asiento del colectivo, por ejemplo. ¿Qué se puede esperar de alguien a quien lo mejor que le puede pasar en el día es viajar sentado en el colectivo? ¿Cuál es el destino de la humanidad si la especie se reduce a esto?
En la oficina, el Chancho me pregunta si estoy bien. No me escribió, le digo, y el me guiña el ojo, conciliador. Hoy será piadoso, y no me dirá gordito. Apodo injusto, por cierto, puesto que bajé 13 kilos, estoy bello, etc, etc. Pero él, como continúa siendo gordo -y cada día lo es más- insiste en acercarme a su categoría porcina. No hoy, claro. Al menos la espera tiene esa ventaja.
En el almuerzo, digo teorías a velocidad de ametralladora en película de la Segunda Guerra. A medida que las pronuncio me doy cuenta de que son una idiotez, pero me gusta que las chicas de la oficina de al lado se escandalizan, pensando que las digo en serio.
Las chicas de la oficina de al lado, cierto. Llegó la hora de presentarlas. Primero está Voz Nasal (30 años, morocha, ingeniera en alimentos, su último novio fue hace tiempo indeterminado, su especialidad es detectar debilidades ajenas), luego La Nena (la menor del grupo, 25 años, ingeniera agrónoma, disfruta remarcándome mis malas combinaciones en los colores al vestir, tiene novio, a quien hemos canonizado por lo estoico) y finalmente La Creyente (devota pero no idiota, tiene un carácter tan introspectivo como explosivo; algunos dicen que el origen de ello es que en un tiempo atendía en un call center y debía soportar los martirios de los clientes y jefes a la vez; yo, por mi parte, dado que es devota, se lo atribuyo a los misterios insondables del Señor). Bueno, presentadas.
Mañana me voy de viaje a Mendoza. Hago los preparativos, me fijo si las reservas están bien. Todos esos movimientos opacan la angustia por el hecho de que el mensaje de Sonia 01 no llega. Varias veces en el día me llegan mails de mi alumna de los sábados, la que quiere escribir el Harry Potter argentino: reenvía archivos de Power Point con palomitas, designios del alma, buenas ondas. Al séptimo del día le escribo brevemente: por favor pará de mandarme mensajes, que me va a explotar la casilla. Debería decir la cabeza, pero bueno, no puedo abandonar mi rol docente.
Por la noche voy a la presentación del libro de unos amigos. La Trotamundos me pregunta si todo bien, pero al verme comprende que no. Yo me hago el desinteresado, miro otras mujeres como si Sonia 01 no me importase, pero lo cierto es que me fijo en todas las flacas raquíticas que me pueden recordar a Sonia 01.
-No la llames -me dice la Trotamundos en varias oportunidades.
-No la llames -insiste el Libanés en varias oportunidades.
-¿Compartimos una birra? -pregunta el Tarta.
Al regresar a casa, envío un mensaje de texto: recibiste mail de ayer? Traicioné la confianza del Libanés y de la Trotamundos, destrocé lo que quedaba de dignidad en mi persona, pero también es cierto que aguanté más de día y medio. No es poco.
Me voy a dormir temprano, mañana el avión sale a las 6 y pico. Antes de dormirme me fijo si hay respuesta al mensaje de texto que le mandé. Nada.
Se terminó, digo.
Tardo una hora en dormirme.
martes, 5 de septiembre de 2006
La no tan dulce espera
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