jueves, 7 de septiembre de 2006

Espera cordillerana

El día es largo y corto a la vez.

Vamos con Manganetti de nuevo hasta San Martín. Organizamos un curso de trazabilidad para bodegueros. Que yo no tenga la más remota idea de cómo se hace trazabilidad en bodegas no me invalida: al fin y al cabo, soy organizador, no docente. Flores, el docente, me dice:
-Estás más flaco.
Digo gracias, sonrío, me siento bien. Pero es sólo un instante. Enseguida acaricio el celular, para ver si vibra.

Nada en el celular. Manganetti pregunta si me pasa algo. Nada, digo. Le aviso que voy a un locutorio. Me fijo si hay mail de Sonia 01. Cuando tenga espacio físico y mental te escribo, dijo. Abro el gmail, abro todas y cada una de las cuentas que tengo desperdigadas. Las abrí para no tener problemas de espacio. No como Sonia 01, que, parece, sigue sin espacio físico y mental.

Un tipo del curso se me acerca, me pregunta si yo soy yo. Por un instante deliro: ¿me trae un mensaje de Sonia 01? Me tiende su tarjeta, dice que lee mis informes económicos, que la próxima vez que vaya a Mendoza le avise, así hablo para sus estudiantes de la universidad. Yo quiero ser escritor, pienso. Michael Corleone no quería ser capomafia, recuerdo. Sonia 01 no tiene espacio físico y mental, compruebo poco después en el locutorio, por tercera vez en tres horas.

La única ventaja es que los locutorios son baratos.

Por la noche, Manganetti volvió con su familia, la Blonda se fue a una feria. Estoy solo. Casi como al inicio de este blog, estoy solo. Voy a comer solo. Antes y después, locutorio. En el medio, la Blonda me llama para decirme que hay una chica que me quiere presentar en la feria. Recuerdo a Sonia 01. No puedo serle infiel. No es que haya algo, pero no puedo serle infiel a esa nada.

Fiel a la nada, eso es lo que soy.

Vuelvo al hotel, me duermo temprano. Ni siquiera me masturbo.
Y dejo el celular encendido en la mesita de luz.