martes, 26 de septiembre de 2006

Clelia cumple, Elemental indignifica

Clelia dijo que para mediados de septiembre encontraba el amor. Dijo, también, que antes había sexo con alguna mina. Con Sonia 01 lo dejé pasar (soy un imbécil), con Sonia 02 no daba, y con Sonia 03, bueno, mejor no entrar en detalles.

O sea, no tengo posibilidades de que la primera profecía de Clelia se cumpla. Y, por lo tanto, no se cumplirá la segunda. La única forma de dar con amor a mediados de septiembre es, entonces, tener un polvo. Ya mismo.

Me fijo en la página de Clarín, en los clasificados. No tengo que buscar demasiado: recuerdo algunos avisos de la época en que era editor de una revista de psicoanálisis y ganaba bien y recurrir a estos servicios era asiduo. Me atiene una voz agradable, aunque sé que es probable que sea una mujer mayor, quizás horrible, quizás todo lo contrario de lo que la voz deja imaginar. Me pregunta mi nombre, y digo:
-Elemental.
-Bueno, Elemental, el servicio es completo. Empezamos por unos masajes descontracturantes para que tu cuerpito (¿por qué dice cuerpito? ¿cree que me resulta excitante?) quede relajado. Los masajes son con manos, y con cada parte de mi cuerpo (¿con cada parte de su cuerpo? ¿pretende masajearme con su cabeza? con su rostro podría ser, pero su cabeza...). Te untamos con aceites, y luego, claro, la participación (¿por qué se refieren al sexo como participación? ¿tendrá algo que ver con el siga participando de las tapas de las botellas de gaseosa?), bucal, vaginal y anal. Si lo preferís, podemos intercambiar roles.
La verdad, no tengo ánimo siquiera para imaginar lo que sería intercambiar roles. Luego de Sonia 01, tengo cubierta por mucho tiempo la dosis de relatividad de los roles masculino y femenino.
Le digo que sí, que deseo que vengan a domicilio. La tarifa aumenta diez pesos, más los viáticos. Está por cortar cuando le digo:
-Por favor, que sea delgada.
No adelgacé trece kilos para estar con una prostituta que no sea delgada, pienso, me indigno, intento consolarme.

Llega poco rato después. Es simpática. En algún momento estoy por preguntarle la edad, pero prefiero no correr riesgos legales. Los masajes son, bueno, cualquier cosa menos masajes. Luego no está mal. Como diría el Ganador, es gauchita. Simpática, me pregunta el nombre, la profesión, en la segunda participación que alcanzo a cubrir en una hora -tiempo acordado- hasta me da un beso. Cuando se va, me deja una tarjeta. Mientras vuelvo al ascensor, guardo la tarjeta en el bolsillo, como prueba al destino de que la segunda profecía de Clelia continúa en pie.