sábado, 26 de agosto de 2006

Estoy solo

Estoy solo.
Algunos pueden interpretar ese "estoy solo" como este momento, frente a la computadora, en el que, en efecto, estoy solo. Sin embargo, me refiero a un "estoy solo" más abarcativo. "Solo" de que cuando llega el sábado no sé con quién voy a salir, y hacerlo con mis amigos y amigas es, a veces, demasiado. Demasiado poco. Al menos para el momento en que regreso a casa y me pregunto por qué en este departamento que alquilé hace un año y medio no entró, a la cama del dormitorio, ninguna mujer a la que no le hubiese pagado antes. Si a ese año y medio le sumo que, en el anterior departamento alquilado, la última mujer que había ingresado fue unos cinco meses antes de mudarme, la cuenta se eleva a dos años.
Alguien puede interpretar que dos años sin mantener sexo gratuito es mucho tiempo, en especial si ahora tengo 35 años, lo que nos lleva a calcular que el período se extiende desde los 33. Cualquier comparación con la edad de Cristo no es bienvenida.
Estoy solo, entonces.
En terapia el otro día llegué a la conclusión de que no deseo seguir estando solo, que las ironías respecto a las parejas ya me cansan, que el cinismo tiene demasiado que ver con la masturbación. "Dejemos acá", dijo la analista.
Y salí, caminé las dos cuadras que separan su consultorio de mi departamento (la elegí por proximidad geográfica, lo admito), entré y cerré la puerta.
"Estoy solo", me dije.
La cuestión radicaba en cómo no estarlo más.