Por algún motivo que desconozco, las coincidencias hacen al amor. Y cuando digo hacen me refiero a que lo construyen. Las coincidencias son, por así decirlo, la piedra fundamental del amor.
Supongamos que conocemos a una mujer (si sos lectora, suponé que conocés a un hombre, o, si tu orientación sexual lo exige, una mujer... perdón, casi lo olvido y no deseo enfrentarme a minorías: si sos hombre y homosexual, imaginá que conocés a un hombre... dicho sea de paso: si sos lesbiana, acá contás con un gran fanático). Salimos a tomar algo (por tomar algo puede entenderse también una cena, o el cine, o acercarse a hablar en una reunión o boliche), y a partir de ese momento el diálogo flota en el aire, se deja llevar por el viento de las intrascendencias hasta que en un momento aparece la frase mágica que indica que la cosa puede elevarse de nivel: ¿en serio? yo también. Lo que genera la frase puede ser tanto que uno acaba de decir que es militante del Partido Obrero como que alguna vez visitó la isla de Martinica o que cuando era chico jugaba a las escondidas. No resulta relevante, es apenas una excusa para que se produzca la coincidencia. La otra persona abre un poco los ojos, sonríe con interés, y nos invita a seguir el diálogo. Mejor dicho: nos invita a que continuemos tirando puntas hasta que se produzca la siguiente coincidencia.
Incluso en los levantes más orientados a la pura trifulca sexual, la coincidencia es necesaria. Dice uno: me gustás. Dice la otra: ¿en serio? yo también. Ok, reconozco que este ejemplo es un poco forzado, pero cuando elaboro una de estas teorías me encapricho.
Desde mi punto de vista, la búsqueda del yo también no es otra cosa que egoísmo. Lo que intentamos es descubrir cuánto nos reflejamos en el otro. La coincidencia, en cierto sentido, reduce al otro a un objeto. Y ese objeto es el espejo.
Bueno, al leer los mails de Sonia 01 siento que las coincidencias laten. Y, si no me equivoco, a ella le sucede lo mismo.
Estamos interesados, de alguna forma, en el otro. Es decir, cada uno en sí mismo.
lunes, 28 de agosto de 2006
El amor como coincidencia
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