jueves, 21 de junio de 2007

Sonia 00: No

Viernes 26 de mayo de 2006.

Mientras bajamos al jardín con Sonia 00, noto mi respiración agitada. No, no es otra embolia. Nervios, simplemente. Nervios, lamentablemente.
Llegamos al jardín.
Sonia 00 me cuenta su día de ayer, dice que estuvo con su amiga, en Lanús. Yo le comento que ya instalé el Compumap. Soy patético. Debería decirle, directamente, que salgamos, y me entretengo con estas pelotudeces. Ella habla. Ay, su boca de petera. Ella habla. Yo no. En un momento me digo "es ahora, ahora la tengo que invitar". Sin embargo, no puedo. Poco después, subimos hacia nuestras oficinas.

Volvemos a bajar cerca del mediodía. Volvemos a sentarnos en el cantero que rodea un árbol del que ni siquiera sé el nombre. Envidio a los que conocen cosas como nombres de árboles. Si yo supiera algo semejante podría decir, por ejemplo, "esté es un ciprés, ¿te parece que mañana vayamos al cine?". Claro que no sé si es un ciprés, ni nada. No sé qué decirle. No sé para qué mierda ayer me la pasé ensayando las palabras que utilizaría en este preciso instante en que ella me habla de su ex, y cómo cuando cortó con su ex luego tuvo una historia con un compañero de laburo cuando trabajaba en la sede central del Ministerio. Y que esa historia se cortó, me dice, enfatiza.
Ella habla. Yo pienso. Pienso que me dio suficientes señales. Manotas me lo dijo varias veces. Incluso yo, que no veo una señal de "está todo bien" salvo que sea con carteles luminosos, siento que está todo bien. Sin embargo, ¿y si me dice que no? ¿Qué hago, si me dice que no? ¿Renuncio al trabajo? ¿Me reintegro al ostracismo?
Ella habla. No sé lo que dice. No tengo la más remota idea de lo que dice, pero yo digo:
-¿Mañana salís?
Ella se calla. Ella me mira.
-Digo, había pensado que podríamos ir al cine. A vos te gusta "El código Da Vinci", y estrenaron la película...
Lo digo, sí, pero creo que no se escucha así como acabo de decirlo. Creo que, en verdad, ella debe escuchar algo así como:
-Digo... había... sado... podría... cine... Código Da Vinci... aron la...
Mi tono es muy bajo. Una mierda, es. Así no puedo invitar a nadie, salvo a un velorio. Mi velorio.
Ella me mira. Me estudia.
Dirá que sí, me esperanzo.
Son diez, quince segundos. Es tiempo suficiente para que hayan muerto cientos de seres. ¿Cuántas personas habrán muerto en el mundo, en estos quince segundos? ¿Cuántas ballenas habrán sido sacrificadas para que los japoneses se den una panzada? ¿Cuántas cebras cazadas por leones? ¿Cuántos aviones se habrán estrellado?
Luego de ese tiempo, de esa eternidad diría, ella dice:
-No.
Yo suspiro. Meneo la cabeza.
-¿No?
Ella menea la cabeza. Suspira.
-Digo, podría -dice-... Pero creo que se podrían confundir las cosas.
Yo no digo nada. Ella dice.
-Digo, me parece que vos no querés ir sólo al cine.
Meneo la cabeza.
-No, sólo eso no.
No decimos más nada. Nos levantamos. Nos dirijimos hacia el edificio.
Creo que en la esquina un colectivo atropelló a una vieja. Y si no lo hizo, debería haberlo hecho.
Me digo que hubo muchas señales, que no puedo ser tan pelotudo. Me digo que a veces las mujeres dicen no cuando quieren decir sí.
-¿Vos sos de las que hay que insistirles? -pregunto.
-No, Elemental, no.
-Porque podría insistir.
-No.
-¿Segura?
-No.
-Ah.
Mientras estamos en el ascensor, rompo el silencio:
-Incómodo, esto, ¿no?
-Sí -dice ella.
-¿Vamos a seguir bajando al jardín?
-Sí, claro.
-Claro.

La siguiente vez, cuando le digo de bajar al jardín, dice que no puede, que está muy ocupada.

Se debe sentir mal, pienso. Se debe sentir incómoda. ¿Cómo hago para explicarle que, por más que me rebotó con más fuerza que pelota de tenis golpeada por Guillermo Vilas en sus mejores momentos, está todo bien? Estamos a 26 de mayo, y cumplo años el 4 de junio, y pensaba festejarlo con los compañeros de laburo el viernes 7.
Mando un mail a todos invitándolos al convite en mi casa. Faltan dos semanas. Pongo, en el mail, que lo hago con tanta antelación porque soy medio hinchapelotas y obsesivo. Lo cual es cierto, en términos genéricos, pero no se aplica a este caso. Lo único que importa, de ese mail, es que ella está como destinataria.

La siguiente vez sí bajamos al jardín.
-Está todo bien -digo-. Me banco el rebote.
-Buenísimo, tenía miedo de perderte como amigo.
-No, está todo bien -miento.

A la noche, vamos con el Alemán a la Casa del Queso.
-La invité a salir y me dijo que no -digo, y la depresión cede ante una picada pantagruélica.
-Qué hija de puta -dice.
-Histérica, supongo.
-Pendeja.
-Qué se le va a hacer -digo.
Y continúo comiendo la picada. La bondiola serrana está particularmente buena.