jueves, 31 de agosto de 2006

Sonia 01: El llamado

A eso de las once de la noche, suena el teléfono. No es lo usual. En verdad, no es usual que llame casi nadie salvo mi madre o alguna promoción de un banco, o el famoso mensaje en el que dicen que me gané un coche, si lo pago, claro. Dejo el libro de lado, voy hasta el teléfono, atiendo.
-¿Elemental?
No necesito preguntar quién es. Nunca la escuché, pero sé que es ella. Una voz grave, probablemente fuma mucho. Me pregunto cómo hizo para conseguir mi teléfono, y recuerdo que en la firma automática del mail lo incluí. Soy neurótico, y tengo miedo que quien me desee ubicar no lo consiga. Bueno, ella lo consiguió.
-¿Sonia 01? -no puedo evitar el tono de sorpresa.
Mientras comienza el diálogo, me maravillo ante lo que sucede. Es un milagro, pienso. Pienso, también, en que Clelia se equivocó con las fechas. Es un milagro, vuelvo a repetirme, mientras digo una frase que imagino ingeniosa pero suena de otra forma. Ella está dando todos los pasos de avance. Planteó lo de la foto y el premio que no podía implicar otra cosa que un encuentro, y ahora me llama por teléfono. Ella es decidida, y eso me tranquiliza. Con un poco de suerte, sea de las que se animan a dar el primer beso. A mí me cuesta horrores. La sola idea de que me digan no en un momento semejante me paraliza. Timidez, explico cuando surge el tema, cuando en verdad la palabra es cobardía. Pero Sonia 01 avanza, y pertenezco a la clase de hombres que, en los primeros pasos de una relación amorosa, sólo sirven de furgón de cola.
Hablamos. Me dice que me estaba escribiendo un mail, y que se le borró, que no tenía ganas de volver a escribirlo y por eso llamó. Una excusa demasiado larga, pienso, poco creíble: es probable que sea experta en mentiras, aunque si me miente que está interesada en mí está más que bien.
El diálogo fluye. Muestro mi sentido del humor, ella muestra sus risas, y no deja de fumar un cigarrillo tras otro (aclara cuando se enciende cada uno, quizás para tranquilizar mi ansiedad ante sus pausas). El tiempo pasa.
En general, no me gusta hablar por teléfono. Mis amigos lo saben, y por eso no llaman. Mi madre lo sabe, pero no le importa: llama igual. Cuando cuelgo me doy cuenta de dos cosas: a) no le pedí su número; b) estuvimos hablando más de dos horas.
Me voy a dormir con una sonrisa.